Lo importante no es lo que atrae visualmente sino aquello no evidente en principio, que es al final lo que cuenta.
La belleza física no es mala en el evangelio ni mucho menos y forma parte de la belleza más amplia que este buen mundo material refleja como manifestación de la bondad, el poder y la sabiduría divinas que el Dios Creador posee.
Pero la belleza física, dependiente como es de la materia sometida al deterioro en las condiciones actuales del mundo, es, por lo mismo, efímera y pasajera; por deslumbrante, fascinante y seductora que pueda ser por momentos.
No es la mejor base para fundamentar nuestro sentido de valor propio ni nuestro estilo de vida, como lo hacen muchos hoy en la extraviada sociedad moderna con su culto al cuerpo y los diversos procedimientos médicos plásticos de carácter estético que buscan realzar y prolongar esta belleza lo más que se pueda.
Están así en nuestra sociedad en una batalla contra el tiempo que al final siempre se pierde y que ignora o relega a segundo plano la belleza interna de las personas que sí está en nuestras manos cultivar de manera indefinida y creciente y que es la que a la postre cuenta.
Por esta razón es que la Biblia nos aconseja “Que la belleza de ustedes no sea la externa, que consiste en adornos tales como peinados ostentosos, joyas de oro y vestidos lujosos. Que su belleza sea más bien la incorruptible, la que procede de lo íntimo del corazón y consiste en un espíritu suave y apacible. Ésta sí que tiene mucho valor delante de Dios” (1 Pedro 3:3-4).
No es, pues, la belleza física externa la que determina la belleza espiritual interna, sino lo contrario, pues en la bienaventuranza eterna inaugurada con el regreso de Cristo, la belleza física será un consecuente y obvio reflejo de la belleza espiritual
Lo importante no es lo que atrae visualmente sino todo aquello que no es evidente en principio, que es al final lo que cuenta.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL
