Sus metáforas religiosas tienen un tono positivo que van más allá del agnosticismo que se le atribuye.
El verdadero nombre de Neruda recuerda a uno de los hijos de Jacob: Neftalí. En el certificado de nacimiento del poeta figura como Neftalí Ricardo Eliecer Reyes. Fue durante su primera estancia en la capital de Chile, allá por 1920, cuando empezó a firmar sus trabajos como Pablo Neruda. El gran poeta nació el 12 de julio de 1904 en la ciudad de Parral, en el sur de Chile, y desnació en la capital del país el 23 de septiembre de 1973.
En 1906 la familia se traslada a Temuco, al suroeste de la capital, a orillas del Cautín. Entre 1910 y 1920 Neruda realiza sus estudios en el Liceo de Hombres de Tenuco. Con 15 y 16 años publica sus primeros poemas en revistas de Tenuco y Santiago, que todavía firma como Neftalí Reyes.
En la Universidad de Chile estudia Pedagogía en francés. En 1924, cumplidos 20 años, publica en Santiago su célebre libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada, que le aúpa a la fama en plena juventud. En 1927 el gobierno lo envía como cónsul a Birmania. Al año siguiente desempeña las mismas funciones en Ceilán, y en 1931 en Singapur. Tres años después es nombrado cónsul en Barcelona y posteriormente en Madrid. Más tarde escribiría: “Casi todo lo que he hecho en mi vida y en mi poesía tiene la gravitación de mi tiempo en España”.
Siguen los destinos diplomáticos. El gobierno lo envía como cónsul general a Francia y a México. En un viaje a Perú escribe el poema Alturas de Machu Pichu grandioso intento de poetizar la historia del hombre americano.
A comienzos de 1970 aspira a la presidencia de Chile, pero renuncia a favor de Salvador Allende. Allende muere en septiembre de 1973. Las casas de Neruda son asaltadas y destruidas. El poeta muere en la Clínica Santa María, de Santiago. Dos años antes recibió el Premio Nobel de Literatura. El chofer de Neruda, Manuel Araya Osorio, quien falleció en Chile el reciente 21 de junio de 2023, siempre sostuvo que Neruda fue asesinado por orden de Augusto Pinochet.
Después de su muerte, la viuda, Matilde Urrutia, dio a la imprenta un tomo con las memorias de Neruda con el título Confieso que he vivido, obra que he leído dos veces y tengo pendiente una tercera.
El lector de estos artículos habrá advertido que después de los datos biográficos de cada autor, trato el tema religioso. Es imprescindible.
El escritor, filólogo e historiador francés Ernesto Renán, dice en el libro Cuestiones contemporáneas: “La religión es la más elevada manifestación de la naturaleza humana, eleva al hombre sobre la vida vulgar y despierta el sentimiento del origen espiritual”.
Ante el reclamo de esa autorizada cita se comprenderá por qué ahondo en la dimensión religiosa de los autores sobre los que escribo.
La catalana Miriam Díez afirma que “la escritura de Neruda tiene una pátina religiosa que no niega la espiritualidad y que algunos estudiosos se han dedicado a recorrer”. Estas experiencias se reflejan en sus Memorias, nunca alejadas del interés religioso y de toda problemática teológica.
Mario Bolero realiza un exhaustivo recorrido por las evocaciones religiosas que aparecen en las Memorias. La ascensión del Santo pan, la relación existente entre dogma y producción espiritual, la personificación que Adán hace de su vida, la descripción entre poesía y religión, la imagen apocalíptica del Juicio Final, el recuerdo de Lázaro recién salido de su tumba, referencias al catolicismo, al islamismo, al cristianismo en general, a la primitiva religión azteca y al hinduismo, religión esta que conocía muy bien por experiencias vividas en Oriente entre 1927 y 1931.
Poco antes de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, concretamente en 1919, Neruda publica el largo poema Crepusculario.
En este poema Neruda habla con el Eterno.
“Libértame de mí. Quiero
salir de mi alma.
Ansíame, agótame,
viérteme, sacrifícame.
Haz tambalear los
cercos de mis últimos
límites”.
Neruda expresa la dramática sed de espiritualidad celestial que invade el corazón humano. El poema concluye precisamente diciendo: “¡Irme, Dios mío, irme!”.
Sus metáforas religiosas tienen un tono positivo que van más allá del agnosticismo que se le atribuye. Algunos camaradas del Partido Comunista, al que pertenecía, lo acusaron de sufrir desviaciones “pseudorreligiosas” por este y otros poemas.
En Crepusculario Neruda describe un templo católico que no tiene candelabro y “el sermón sin incienso es como una semilla de carne y luz, sin curas de por medio”.
El poema es cristiano y tiene cierto aire protestante. Que se vacíen las iglesias de objetos superfluos y que la conexión con la divinidad sea inmediata, sin curas de por medio.
Cuando se acerca al tema de la muerte no veo por lugar alguno al Neruda tratado de ateo y agnóstico. Su preocupación por el más allá tiene parecido con Rubén Darío, obsesionado con la muerte.
Hallándose en Barcelona junto a su amigo, el pintor Isaías Cabezón, recibe la noticia del fallecimiento en Chile de otro amigo, Alberto Rojas. Neruda se llega hasta la basílica Santa María del Mar, en la ciudad condal, y con su amigo pintor realiza una ceremonia silenciosa al amigo muerto.
Otro poema espiritual de Neruda, Pantheón, evoca la angustia de no saber qué ocurre cuando morimos.
Nuevo rasgo de su preocupación ante la muerte lo encontramos en sus Memorias. Se trata de la calificación que da a su propia vida. Dice la página 261 que es una “larga peregrinación”. En sentido religioso peregrinar es entender la vida como un camino que hay que recorrer para llegar a una vida futura en unión con Dios. ¿Lo entendía así Pablo Neruda?
En el Padrenuestro, al que califica como “rezo de la vida sencilla”, la palabra Dios aparece repetidamente, sin pudor, aun dirigiéndose a Él de manera directa:
“Dios,
¿de dónde sacaste para
encender el cielo,
este maravilloso
crepúsculo de cobre?”
Ante el misterio y la realidad de la muerte, que suponen el fin de la vida en la tierra y la prolongación de otra vida distinta en el más allá, Pablo Neruda, como se desprende del conjunto de su obra, nunca tuvo una respuesta concreta, pero sí dejó entrever el paso de la temporalidad a la eternidad. ¿Lo daría antes de morir?
Artículos anteriores de esta serie sobre «Grandes escritores hispanoamericanos».
1.- El ‘boom’ literario hispanoamericano
2.- Miguel Ángel Asturias, el gran escritor de Guatemala
3.- La obsesión religiosa de Jorge Luis Borges
4.- ¿Creía en Dios Rubén Darío?
5.- Carlos Fuentes y el Dios de Nietzsche
6.- Dios existe en el Macondo de García Márquez
7.- José Martí, defensor de la Biblia
8.- Gabriela Mistral, poeta de Dios y de la tierra
9.- La sed espiritual de Pablo Neruda
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL-Periódico UNO
Juan Antonio Monroy