No estamos hablando de no tener compañía, sino de algo mucho más hondo.
¿Cuántos necesitan tener ocupado su tiempo y su mente para no oír el grito de angustia de su corazón solitario?
Somos más de 8 mil millones de personas en el globo terráqueo. Hoy día se puede viajar a cualquier parte del mundo en poco tiempo. La tecnología ha avanzado de tal forma que nos podemos comunicar con personas a miles de kilómetros. Nuestra sociedad global está ampliamente conectada, y la información y las noticias son casi inmediatas. Hay más ocupaciones que nunca: todo tipo de diversiones, pasatiempos y alternativas para jamás aburrirse. Tenemos televisión, Internet, centros de ocio, deportes, asociaciones, clubes, turismo, millones de libros, prensa, cine, restaurantes…
Tenemos casi de todo en nuestro complejo mundo moderno. Sin embargo, y a pesar de todo esto, hay un mal que sigue azotando a cientos de miles de individuos en los cinco continentes, no importando la zona, el clima, la cultura o el estatus social. Este mal terrible es la soledad del corazón humano. ¿Cuántos hay que, a pesar de estar rodeados de multitudes de personas, están solos? ¿Cuántos hay que necesitan tener ocupado su tiempo y su mente para no oír el grito de angustia de su corazón solitario? Hay muchos que, aunque tienen esposo, esposa, hijos e hijas, padre, madre, compañeros de trabajo o conocidos, sin embargo, se sienten solos e incomprendidos.
Otros se han refugiado en la soledad por su fracaso en las relaciones humanas. Hace poco conoció a un hombre que pasa la mayor parte de su tiempo solo. Tuve una conversación muy interesante con él, porque yo podía ver la miseria de su vida y sentía compasión, pero él parecía muy alegre y seguro de sí mismo. Le dije: ¿Es duro vivir aquí solo y un poco apartado de los demás? Vivía en el campo. Él me contestó: Mejor solo que mal acompañado. Esto es lo que yo he aprendido, o, mejor dicho, lo que me enseñaron los que creía que eran mis amigos y en verdad no lo eran. Le pregunté: ¿Eres feliz con la vida que llevas? Y me dijo sin vacilar: Lo soy. No necesito a nadie. He entendido que nunca estoy solo, porque estoy conmigo mismo; y para mí, yo mismo soy lo más grande que tengo. Ante esto, yo le repliqué con tristeza: Es curioso, amigo, porque mi respuesta sería parecida a la tuya en la forma, pero totalmente distinta en significado. Mira, yo nunca estoy solo, ya que Dios siempre está conmigo, y para mí Él es lo más grande que tengo.
¡Vaya! ¿Eres de alguna religión o cura o algo así? Me preguntó. No, simplemente soy cristiano, porque un día Jesucristo me encontró, cuando yo estaba solo y perdido, y me perdonó y me salvó. Desde entonces Él vive en mi corazón, y es mi Señor y mi amigo. Solo soy uno que tiene el alto privilegio de tener una relación personal con el Dios verdadero.
Cuando terminamos esta conversación, Sebastián, que así se llamaba, me dejó orar por él y le rogué a Dios que lo salvara y le revelara su amor y grandeza, como un día había hecho conmigo. Porque Sebastián vivía la más cruda soledad. Yo. Yo solo. Y yo soy lo más grande para mí.
Son trágicos los efectos de la soledad en muchos hombres y mujeres. Depresión. Ansiedad. Enfermedad. Huir. Alcoholismo. Drogadicción. Entrar en relaciones perjudiciales. Ser presa de alguna filosofía o secta. Etcétera. Y en algunos casos, hasta suicidio. Quizás, ahora tú que me lees, estás sintiéndote solo o sola. O has experimentado la soledad del alma en algún momento de tu vida. Sin duda, la tendrás que enfrentar el día de mañana.
No estamos hablando de tener compañía simplemente, sino de algo más. Una necesidad en el hombre de sentir abrigo, de tener amor, de ser comprendido, aceptado y ayudado, de tener identidad y saberse parte de algo; saberse útil y valioso. En definitiva, hablamos de una soledad del alma, del corazón, que pone en evidencia un vacío en nuestro ser. Algo que nada está llenando. Me atrevería a decir que todos, en una forma u otra, hemos experimentado esto, aunque hayamos acallado tal sentimiento con otras cosas.
El hombre y la mujer no fuimos creados para existir en forma solitaria, independiente o autosuficiente. No. El Creador de la vida hizo a los hombres para tener relación con ellos y más aún para morar en su interior. El vacío que sentimos, la soledad del corazón, un mal tan común, tiene su causa en estar separados de Dios, nuestro Creador.
Cuando en el principio el hombre y la mujer pecaron y desobedecieron a Dios, quedaron excluidos de la presencia del Señor y muertos espiritualmente. El hombre y la mujer quedaron vacíos, en tinieblas y esclavos del pecado. Toda la raza humana hemos heredado esta triste condición espiritual, originada por dar la espalda a nuestro Creador y vivir en nuestros delitos y pecados. Y aunque hemos buscado llenar este vacío, dicha soledad, con otros hombres, o en la sabiduría y ciencia humana, o en religión, política, filosofías… La verdad es que solo reconciliándonos con Dios podemos estar llenos y completos. Solo el Señor Jesucristo puede darte ese cálido abrigo que necesitas. Solo Él te da amor incondicional e inagotable, porque Él es amor.
Cuando invitas a Jesús a morar en tu corazón, entras en una relación personal con Él, donde Cristo viene a ser tu mejor amigo. Y Dios, tu Padre. Y el Espíritu Santo, tu Consolador, tu fuerza y tu ayuda. En ese momento, el Señor perdona todos tus pecados y te hace sentir aceptado, comprendido y valioso. En ese bendito momento descubres a Dios; y que tú eres su hijo y siervo. De tal manera que encuentras tu destino en la vida, tu propósito en Dios y tu lugar en su familia y en su creación.
Solo reconciliándonos con Dios podremos estar completos y ser felices. Y reconciliarse con Dios es la solución para llenar ese vacío del alma y no sentirnos nunca más solos o perdidos en la nada. ¿Sabes cómo reconciliarte con el Señor? Solo arrepiéntete de todo el pecado que te separa de Dios y acepta a Jesucristo como tu Salvador. Él murió en la cruz del Calvario y derramó su Sangre preciosa para perdonarte y darte vida eterna. Cuando Él viene a morar en tu corazón por la fe, ya no hay lugar para la depresión, la angustia, la soledad o la infelicidad.
Él fue rechazado por los hombres y hasta sus discípulos lo dejaron solo. Cuando en la cruz cargó nuestros pecados, también el Padre tuvo que volver su rostro y dejarle momentáneamente solo. Muriendo en tu lugar y en mi lugar, tomó nuestra culpa y soledad. ¿Para qué? Para que los que creemos en él tengamos vida eterna y vengamos a ser hijos de Dios, bendecidos para siempre con su presencia, amistad y amor. Una vez que restauras tu relación personal con Dios y el Espíritu Santo viene a habitar en tu vida, se acabó la soledad.
Si Dios es tu Rey, Él te va a dar las amistades que te convienen y las que necesitas. El esposo o la esposa que te corresponde. La iglesia o congregación que te dé cobertura espiritual, aunque no dependas de todo eso para ser feliz y tener identidad, porque dependes de Dios mismo, que es la fuente inagotable de vida abundante. Y podrás tener la confianza que nos da su Palabra: “Nunca te dejaré ni te desampararé” (Hebreos 13:5).
Con respecto a este tema, te comparto un poema de mi pluma, atormentada por la soledad, y que encontró, no obstante, alivio en Dios:
Soledades
Soledades, que matáis, que mordéis,
que crecéis carcomiendo las entrañas.
Soledades malditas…
¿Cuándo se acabará vuestro asedio?
Sois culpables de tantas desgracias
como estrellas en el cielo.
Al alma solitaria acosáis,
burlándoos con saña,
pretendiendo como pago
una muerte con infamia.
Soledades inmensas,
que pobláis por igual
ciudades que valles,
palacios y chabolas,
rascacielos o mazmorras,
buscando vivir del hombre,
chupar su alegría, finar su linaje…
Por mucho que huya os encuentro.
Si corro voláis,
si vuelo abrazáis
y si abrazo a otro ser
mi abrazo se convierte en hiel.
¡Fuera de mi habitación!
Hallad morada en los desiertos
y recreo en los abismos,
que a mi solitario corazón
lo ha visitado un Amigo…
Sabe consolar el llanto,
dice que siempre estará conmigo,
que no reniega del débil,
que me entiende, y no condena…
Él os plantó cara en la Tierra
y bajó al mismísimo Gehena.
Arrebató la llave a la muerte
y ahora vive por siempre.
Embarazado de amor, sufrió mi dolor
y dio a luz la gran verdad:
¡Soledades mentirosas, moriréis en soledad!
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL – Soliloquios