Jesús, cuando fue tentado en el desierto por Satanás, estaba con las fieras.

Después del bautismo de Jesús, el evangelista Marcos escribe que “el Espíritu le impulsó al desierto. Y estuvo allí en el desierto cuarenta días, y era tentado por Satanás, y estaba con las fieras; y los ángeles le servían” (Mc. 1:12-13).

Es significativo el hecho de que inmediatamente después del bautismo venga la tentación. Casi parece una premonición de lo que ocurriría en la vida de cada creyente. Los seguidores de Cristo, recién bautizados, deben estar dispuestos también a enfrentar de inmediato las tentaciones del mal, porque la vida cristiana no es ni mucho menos un camino de rosas.

El número 40 aparece muchas veces en la Biblia. Era la edad de Isaac cuando contrajo matrimonio con Rebeca. También la de Esaú al casarse con Judit. Moisés condujo al pueblo hebreo durante cuarenta años por el desierto y pasó 40 días orando en el monte Sinaí, antes de que Dios le diera las tablas de la Ley.

Así mismo, los doce espías de Israel escudriñaron durante 40 días las tierras de Canaán. El temible Goliat retó a los israelitas por 40 días hasta que fue vencido por el joven David. Éste reinaría 40 años sobre Israel, igual que Saúl y Salomón. De la misma manera, el profeta Elías ayunó durante 40 días en el desierto. Jonás predicó la destrucción de Nínive en 40 días.

Y, en fin, Jesús fue presentado en el templo de Jerusalén a los 40 días de su nacimiento. ¿Qué significado tiene este singular número bíblico?

El cuatro simbolizaba el universo material y seguido de uno o más ceros probablemente se refería al tiempo de cambio fundamental en la vida de las personas y de los pueblos.

Dios pone a prueba al ser humano para que éste se decida y actúe en consecuencia. La vida de los hombres y mujeres está repleta de retos, dificultades y situaciones que nos exigen una respuesta personal. Y ésta suele tomarse en silencio, en el desierto personal e íntimo. De la misma manera, el propio Hijo de Dios fue puesto a prueba por Satanás.

¿Cómo es posible que el príncipe de este mundo pudiera tentar al mismísimo Creador? El Maligno era también adversario del Cristo humanado y a veces se le manifestaba incluso a través de sus propios discípulos (Mc. 8:33) con el fin de desviarlo de su función mesiánica. Precisamente la humanidad verdadera de Jesús le exponía a las tentaciones reales.

Las fieras o los animales salvajes eran propios del desierto inhóspito y se consideraban como enemigos del hombre. Se habían rebelado contra éste desde la caída en el paraíso.

Escorpiones, víboras, cobras, buitres, hienas, chacales y lobos constituían un peligroso ejército natural que se sumaba a los espíritus malignos, que -según los hebreos- eran moradores habituales de los lugares desérticos.

Sin embargo, el Señor Jesús no tiene miedo de ninguno de ellos. Se adentra en ese ambiente porque viene a cambiar tal mentalidad y además lo demuestra haciéndose compañero de las fieras. Si éstas fueron enemigas de Adán, se harán ahora amigas del Hijo del Hombre. Además contaba con la inestimable ayuda de los ángeles que le servían.

¿Tenía en mente el evangelista la paz escatológica de los animales que se describe en Isaías 11? Lo cierto es que Jesús no sólo superó la tentación de Satanás sino que con él empezó realmente el tiempo de la concordia final. 

El rabino galileo fue el nuevo Adán que vino a restaurarnos el paraíso. Aquella serpiente satánica que engañó a la primera pareja humana intentó también hacerlo con Jesucristo. Pero no pudo. Fue el triunfo de Cristo y la derrota de Satanás. Y esto tuvo consecuencias extraordinarias para nosotros porque su triunfo fue también el nuestro.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL – PERIÓDICO UNO

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